jueves, 2 de diciembre de 2010

CONVERSACIONES CON MI DIARIO (7) UNA LLAMADA OPORTUNA

Querido diario:
Cada vez estoy más convencido de que ninguna mano es tan experta en enjugar lágrimas como aquella que practicó con las propias.
Hoy colgué el teléfono y permanecí sentado observando el auricular que yacía mudo, pero hace unos instantes fue cauce de consejos celestiales. La llamada que pretendía confortarme en mi enfermedad, no sólo alcanzó su objetivo, sino que me hizo también reflexionar.
¿El llamante?
Una de esas personas que jamás deslumbran a primera vista, pero que si uno se esmera en raspar la sencilla superficie, descubre entonces que la capa de sencillez custodia un tesoro. Quitada la corteza de genuina humildad aparecen joyas refulgentes.
Sí; quien llamó para animarme en mis dolores fue uno de esos ángeles que conviven entre nosotros camuflados con vestido de carne, y que despliegan su celestial labor desde el voluntario anonimato.
Ni antes ni después de ese día la escuché dirigir la palabra a un auditorio, pero las sentencias que acercó a mis oídos y resbalaron hasta mi alma, tenían sabor a cielo e iban impregnadas del aliento divino:
- Cuando veo a unos padres con un hijo deficiente –me dijo-, observo que el resto puede experimenta lástima, pero yo siento exactamente lo que sienten los padres.
Sus palabras iban llenas de sentido, porque quien esto me dijo aprendió el arte de identificarse con el dolor ajeno a base de asimilar el propio. Su escuela fue el camino que recorrió de la mano de su hija, Miriam, una criatura única, especial, inimitable… que había nacido con síndrome Down y que encendió mil lámparas a nuestro alrededor, hasta que, al cumplir los doce años, Dios decidió separarla de nosotros para incorporarla a Su círculo más íntimo.
- Sé exactamente cómo se sienten –insistía-, porque yo he tenido los mismos sentimientos -luego añadió-: Se necesitan lágrimas para conocer al Consolador; inquietud para encontrar al Príncipe de Paz; peligro para hallar al Verdadero Refugio y cadenas para conocer al auténtico Libertador.
Por eso, definitivamente conmovido, permanecí largo rato mirando el auricular de mi teléfono. Nunca pensé que Dios fuera a usar esa invención de Graham Bell para comunicarse conmigo. (Del libro Mi Mayor Legado)
¡Qué cosas!, ¿verdad, querido diario?

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