- ¿Sabes, hijo? Cuando yo era niño pasaba horas escuchando a mi padre… ¡Cómo recuerdo la sabiduría que se desprendía de sus palabras! Oyéndole, me sentía crecer. Desempolvaba los archivos de su memoria para transmitirme hermosas reflexiones y lecciones muy valiosas. –el venerable abuelo hizo una pausa, creo que movido por la nostalgia, y luego concluyó-: ¡Que lástima que hoy los viejos no seamos tan sabios para que podáis aprender escuchándonos!
El joven tomó entre las suyas las manos del anciano y mirándole a los ojos le dijo:
- No te confundas, papá. Si no dedicamos tiempo a escucharos no es porque vosotros seáis menos sabios, sino porque nosotros somos bastante más necios.
El padre esbozó una sonrisa que chorreaba puro amor, y besó la mejilla de su hijo, justo antes de abrazarlo.
“Los ancianos tienen sabiduría;
la edad les ha dado entendimiento.”
Job 12:12 (DHH)
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