martes, 7 de diciembre de 2010

CONSUELO AUTÉNTICO

Su ser querido ha marchado; no por un breve tiempo, ni tampoco por una larga temporada.
Se ha ido para siempre.
Los golpes más duros de la vida deberían ser anunciados…  una misiva, una llamada, un mensaje… Algo que nos alerte de lo que viene, pues el alma precisa de tiempo para adoptar una posición defensiva y encajar el impacto. 
Pero casi siempre llegan de forma repentina, como se cierra el día en las llanuras arenosas del desierto, pero sin la oportunidad de ver que la esfera dorada se aproxima lentamente a la línea del horizonte.
Ayer pasearon juntos, los dedos de ella entrelazados con los suyos. Mientras observaban como los niños arrojaban pan al estanque de los patos ella reposó la cabeza sobre su hombro.
Esta mañana esa cabeza yacía inerte sobre la almohada. 
Su mano estaba fría, y sus finos y delicados dedos aparecían muy rígidos.
En las últimas horas decenas de voces han aproximado a sus oídos mensajes de condolencia, palabras de comprensión y cariño,  pero su mente se ha negado a registrar ninguna de ellas. 
El último mensaje de su amada resuena con tal fuerza en la bóveda de su mente que la llena por completo, y no puede, ni tampoco quiere, ninguna otra voz que pueda apagar aquella.
A sus ojos han llegado múltiples escenas y gestos de solidaria amistad, pero su retina conserva celosamente la imagen del ser ausente y no precisa, ni admite tampoco, otra figura que desvanezca aquella.
Fue, por fin, a la caída de la tarde, cuando una mano amiga tomó la suya y presionó sus dedos un  poco; sólo un poco, pero su cerebro aceptó, registró y agradeció el gesto de cercanía… Fue un mensaje tan silencioso, pero a la vez tan elocuente. 
Lo aceptó con verdadera gratitud, porque su mente estaba sellada y no admitía más mensajes. Su vista estaba tatuada, y no precisaba de imágenes.
Pero su mano estaba vacía… completamente vacía, y necesitaba el calor de otra mano amiga.
Sobre sus hombros desamparados se ha posado un brazo, leve pero perseverante, sin prisa.
Ninguna palabra.
Nada de frases elaboradas. Sólo un brazo que se posa cubriendo el frío que dejó la ausencia de esa cabeza que ayer reposaba allí. Un calor reconfortante que atraviesa los tejidos y cubre el alma helada con un manto de consuelo. 
Del libro MI MAYOR LEGADO (José Luis Navajo)

1 comentario:

  1. Si Dios nos avisara de las pérdidas, no serian menos dolorosas. Incluso lo serian más. Al dolor posterior tendríamos que sumar el anterior y la espera. Nadie está nunca preparado para perder un ser querido, aunque el doctor le haya dicho que mañana moriría. Sólo la esperanza de conocer el molde auténtico de este mundo caído nos permite seguir adelante.

    ResponderEliminar