martes, 23 de noviembre de 2010

CONVERSACIONES CON MI DIARIO (3)

Querido diario.

Esta mañana subí a mi automóvil dispuesto a comenzar la jornada. Nada más introducir la llave de contacto el salpicadero del coche me saludo con un "chivato luminoso", cruel anuncio de una avería.
 "Comenzamos bien", fue mi primer pensamiento.

Hacía frío... mucho frío. La temperatura exterior rozaba los dos grados por lo que activé rápidamente el climatizador, pero éste se negó a trabajar.
"Es increíble", repliqué, "¿cómo puede un coche hacerse viejo antes de acabar de pagarlo... y pronto le tocará revisión, prepara otro montón de dinero".

Sumido en mi alegre reflexión me detuve ante un semáforo en rojo... fue entonces cuando le ví:

Pegó su carita, pequeña y redonda, al cristal de mi ventana y dio dos leves toques con el dedo índice de su mano derecha.
Mi primer impulso fue mantener subido el cristal... pero el niño mantuvo su carita lo bastante cerca como para que pudiera apreciar la suciedad que la cubría. 
Bajo su nariz y pegada al labio superior se acumulaba una amalgama de secreciones fruto del frío, el constipado y la polución. Su mano, que extendía hacia mí, también estaba sucia... y temblaba.

Sin poder evitarlo sufrí un ataque de compasión.
Bajé la ventanilla y entonces me sonrió.
No recuerdo haber visto, jamás, una sonrisa tan limpia sobre un rostro tan sucio.
En escasas ocasiones -tal vez en ninguna- he apreciado tanto brillo alzándose sobre la miseria...
De sus mano, mi mirada se escurrió a sus pies. Estaban descalzos sobre el helado asfalto.
Su camisa rota y su pantaloncito corto, también raído, competían en suciedad con la piel de aquel niño.

Volví a mirarle... la sonrisa, que parecía cincelada sobre su mugriento rostro, volvió a deslumbrarme... me afirmé en la idea de que una sonrisa embellece a cualquiera; es el mejor adorno que se pueda lucír.

Miré el "chivato" en mi salpicadero, respiré el aire frío que escupía "mi calefactor" y miré de nuevo sus pies descalzos y su rostro sucio y su mano que temblaba, seguro que de frío, y sobre esa mano trémula deposité algo..., no recuerdo el qué, pero de seguro insuficiente para pagar la riqueza que aquel ángel mugriento había depositado en mi alma.

El semáforo estaba en verde hacía mucho, pero no importaba... ni la luz en el salpicadero, ni el averiado calefactor...

Ya no tenía frío, al contrario, creo que sudaba. El sol me había mirado desde los ojos de un niño.

Durante la siguiente hora conduje muy despacio mientras asimilaba las enormes lecciones que me había impartido  aquel pequeño maestro.

Me quejaba por no tener zapatos hasta que vi a alguien que no tenía pies.

Hasta mañana, querido diario.

José Luis Navajo

1 comentario:

  1. Qué extraordinaria manera de enseñar a valorar lo que se tiene, no lo que podría perderse... Qué delicioso leer sus mensajes!

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