martes, 4 de enero de 2011

BETH SUFRE ANOREXIA

Es de noche y escribo esto en una vieja libreta. Escribir me sirve para desahogarme y también para matar el tiempo de espera, a la vez que evito que la incertidumbre y el miedo me maten a mí. Me pidieron que saliera de la habitación y esperara aquí mientras someten a Beth a unas pruebas. 
Hace tan sólo unas horas, mi hermana y yo estábamos en casa. La noche del miércoles discurría con normalidad hasta que, cuando calculé que ya se habría puesto el pijama y estaría acostada, pasé a su habitación para darle las buenas noches. Es lo que mamá siempre hacia, y sé que Beth, aunque con sus dieciséis años ya se siente mayor, necesita que yo lo siga haciendo.
Fue entonces cuando la encontré caída en el suelo.
Estaba desvanecida y desnuda. No le dio tiempo a ponerse el pijama. Por eso pude verla como ella  es en la actualidad. 
Beth siempre fue la enrollada del grupo, la más bonita, la fashion. Pero ya no es bonita… sólo es un esqueleto recubierto de piel.
A veces nos negamos a aceptar lo que es evidente. Pensamos que no puede ser aunque cien detalles nos griten que sí es. 
Eso me ocurrió a mí.
              Me negaba a aceptarlo. ¿Mi hermana?, ¿Elísabeth?, ¡imposible!
Ella es feliz. Una muchacha tan preciosa.  ¿Cómo le va a ocurrir eso a ella?  ¡No me digas tonterías!
No hice caso a las personas que me hablaban de ciertas evidencias… ni hice caso, tampoco, a las evidencias que me hablaban del problema.
Cuando aquel viernes fuimos a comprar ropa y en Berska me pidió que esperara fuera del probador, me extrañó, eso es cierto, pero no al punto de preocuparme.  Luego sacó su mano por un lateral de la cortina, entregándome el pantalón y pidiendo que buscara otro dos tallas más pequeño. Me resultó raro, lo reconozco, pero no le di importancia…
Su tardanza en comer me irritaba. Especialmente esa costumbre de picotear en el plato y extender con el tenedor la comida, como rebuscando entre ella.  Pero, ¿cómo iba a imaginar que desparramaba el alimento para que abultara menos  y fingir así que había comido?
Ahora comprendo ese extraño interés por leer los ingredientes de las cajas, y su maldita manía de hablar de calorías y alimentos light.
Me desquiciaba verla acudir al baño siempre a mitad de la comida. Pero jamás sospeché que usara esos viajes para vomitar la poca cantidad de alimento que ingería.
Lo cierto es que noté que en el último tiempo había adelgazado, aunque nunca pensé que tanto; ya se ocupaba ella de ocultar su aspecto delante de mí. Además, su rostro, siempre delgado y anguloso, disimulaba a la perfección el desastre que se fraguaba en aquel cuerpo.
Es verdad que me resultó rarísima su norma, casi repentina, de no permitirme pasar a su habitación mientras se cambiaba.  Pero ni por lo más remoto pude imaginar que me lo impedía con el objetivo de esconder su gordura  -la gordura que solo ella veía-, y más tarde, lo que ocultaba, eran los huesos que se insinuaban bajo su piel.
Ahora me doy cuenta de que hacía tiempo que no veía compresas en el baño. Ella, que siempre me hacía enfadar por su costumbre de no llevarlas al cubo de la basura. Entiendo por qué no las veía sobre el bidé. No era que las hubiera recogido. No era eso, no.  Era que no las usaba, porque desde hacía meses la menstruación se le había retirado a causa de su extrema delgadez.
Un día descubrí que sus dedos estaban dañados. Parecían quemados. Me explicó que se debía a un accidente durante un experimento de química en el colegio. ¿Por qué no iba a creerla? ¿Acaso debía imaginarme que aquellas quemaduras las habían provocado los ácidos del estómago a fuerza de meterse los dedos para vomitar?  Eso lo sé ahora, pero antes no lo sabía, ni podía, por lo más remoto, imaginarlo.
Y la gimnasia… su empeño en el último tiempo en hacer abdominales de forma exagerada.  Su obsesión por salir a correr y luego acudir a la báscula nada más entrar en casa. 
¡Está todo tan claro!  ¡Eran síntomas tan elocuentes!
Hoy siento la culpa como una losa que me aplasta; pero os lo aseguro, nunca pensé que ella sufriera anorexia.
¿Por qué no me di cuenta antes? Pero, ¿cómo iba yo a pensar que Beth… la hermosa Beth… pudiera verse gorda y fea?
Mi hermana, mi preciosa hermana. ¿Quién podía pensar que ella se aborrecía?   Todo el mundo decía: “¡Qué bonita es tu hermana!”.  Todo el mundo lo dice de ella… pero temo que nadie se lo dijo a ella. 
Todos lo  piensan.
Todos, menos ella misma.
Es de noche.  La libreta se agota, igual que yo.  No caben más palabras en sus hojas, ni cabe, tampoco, más dolor en mi alma.  Está llena y rebosando.
Aliento una débil esperanza de que tal vez esté soñando… puede que todo sea una pesadilla.  Si despierto y estoy en casa, correré a su habitación, no llamaré antes de entrar. No me importa que se enfade, entraré corriendo y me acercaré a su cama… y si ella está allí, se lo diré.  Le diré lo que siempre he pensado: “Eres preciosa, Beth… no te dejes engañar… eres preciosa hermana mía…” (LA VENGANZA Edic. Noufront)

No hay comentarios:

Publicar un comentario