lunes, 10 de enero de 2011

AHORA SÍ, HIJA MÍA... AHORA SÍ

Dicen que hace mucho tiempo había un antiguo monasterio, regido por una abadesa de gran sabiduría, donde más de cien hermanas oraban, trabajaban y servían a Dios llevando una vida austera y silenciosa.
Un día, les indicaron que debían dedicar a una de ellas a predicar el Evangelio en su comarca.
La abadesa reunió al Consejo y, después de larga deliberación y consulta, decidió preparar para tal misión a la hermana Clara, una joven llena de cualidades.
Fue enviada a estudiar, y Clara pasó largos años en la biblioteca del monasterio descifrando códices y adueñándose de su secreta ciencia. Cuando acabó sus estudios, conocía los clásicos, podía leer la Escritura en sus lenguas originales y dominaba la tradición teológica medieval. Predicó en el monasterio y todos pudieron apreciar su erudición y la unción de sus palabras.
Clara se inclinó ante la abadesa y le dijo:
-         ¿Puedo ir ya a predicar a la comarca?
La anciana abadesa la miró como si leyera en su interior y apreció que en la mente de Clara se amontonaban miles de respuestas.
-         Todavía no, hija… todavía no…
Y la envió a la huerta, donde trabajó de sol a sol, soportando las heladas del invierno y los ardores del verano. Arrancó piedras y zarzas, cuidó, una a una las cepas del viñedo, aprendió a esperar el crecimiento de las semillas y a reconocer, con la subida de la savia, cuándo había llegado el momento de podar los castaños.
Adquirió otra clase de sabiduría, pero todavía no era suficiente.
La madre abadesa la envió luego a conversar con los campesinos. Escuchó el clamor de sus quejas por la dura servidumbre. Oyó rumores de revueltas y alentó a los que sufrían con tanta injusticia.
La abadesa la llamó, la miró y vio su mente llena de respuestas y los ojos llenos de preguntas.
-         No es tiempo aún, hija mía…Ve a orar.
La hermana Clara pasó largo tiempo en una solitaria ermita del monte. Cuando regresó, llevaba el alma transfigurada.
-         ¿Ha llegado ya el momento? –preguntó.
-         No; no ha llegado.
Se había declarado una epidemia de peste en el país, y la hermana Clara fue enviada a cuidar de los apestados. Veló noches enteras a los enfermos y lloró amargamente al enterrar a muchos.
Cuando terminó la peste, ella misma cayó enferma de agotamiento y tristeza y fue cuidada por una familia de la aldea. Aprendió a ser débil y a sentirse pequeña, se dejó querer y recobró la paz.
Cuando regresó al monasterio, la madre abadesa la miró, leyendo en su alma y la encontró más humana y vulnerable. Tenía la mirada serena, la mente llena de respuestas, los ojos llenos de preguntas y el corazón lleno de nombres.
-         Ahora sí, hija mía… ahora sí. Ve a predicar el Evangelio.

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