miércoles, 16 de febrero de 2011

DEL RIO DE LA EXCELENCIA A LAS CLOACAS DEL PERFECCIONISMO


Recuerda la máxima de José María Gabriel y Galán: “Nunca es infinito el éxito ni perenne el fracaso”.
Una caída hacia delante puede ser un gran paso y una patada en el trasero un gran impulso hacia arriba. Sólo es necesario decidir convertir el menosprecio en trampolín
Los éxitos estimulan; los errores enseñan. Tu mejor maestro es tu último error.
Durante aquella infancia en la que fuimos grabando el disco duro de nuestra mente, nos escondieron la profunda  lección de superación y mejora que se esconde detrás de cada error. Nadie nos impartió esa asignatura: la  cultura del error. Y así crecimos, con un potente freno en el cerebro: el miedo a aceptar la equivocación.
De esto no está libre nadie; ninguna disciplina académica o profesional escapa a este peligro. Una enfermedad que está destruyendo valiosos talentos se llama “perfeccionismo.”
Desplegar nuestra profesión desde una expectativa perfeccionista y en extremo autoexigente nos hunde.
Es correcto, lícito y loable perseguir la excelencia, pero quien se enreda en un espíritu perfeccionista se vuelve  intolerante consigo mismo y con los demás.
El perfeccionismo siempre viaja de la mano de la frustración. Las altísimas expectativas son un atajo a la desilusión y al abandono. La búsqueda de la excelencia erige preciosos edificios en los que habitar seguros, pero la obsesión por lo perfecto cava tumbas donde yacer frustrados.
Busca ayudar sin asombrar, servir sin destacar y alumbrar sin deslumbrar.
Ante la oscuridad una sencilla vela es más efectiva que una explosión de fuegos artificiales tan asombrosa como efímera.
No busques asombrar, sino transformar.

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