martes, 30 de noviembre de 2010

CONVERSACIONES CON MI DIARIO (6) EL PATITO FEO

Querido diario:
No sé si a los diarios os pasan estas cosas, pero hoy, sin ninguna razón aparente, me levanté pensando en ella: en una curiosa mujer que hace cierto tiempo se cruzó en mi camino y me cautivó.
No... no empieces a pensar mal... no van por ahí los tiros. Déjame que te lo aclare para sacarte de dudas:
Además de dos manos, dos pies y un mínimo sentido del equilibrio para transportar unos platos, aquella joven de Bogotá tenía algo que jamás había visto hasta ese momento: era, fuera de toda duda, la mejor camarera que he visto en mi vida. Llegaba a la mesa sonriendo, te explicaba con alegría lo que ibas a comer, te deseaba con visible sinceridad que ojala te gustase mucho; cuando le pedías algo daba la impresión de que tú eras el único cliente del restaurante. En ningún instante sentías que estaba trabajando ( parecía estar en medio de un divertido juego) y cuando al final traía la cuenta, miraba a todos los de la mesa con una alegría desbordante y decía que le había encantado servirnos y preguntaba si nos veríamos pronto.
Cuando al cabo de tres meses volví, ya no estaba.
Un amigo me comentó que trabajaba de maître en uno de los restaurantes más modernos y famosos de la ciudad.
¿Entiendes por donde voy, querido diario?
Aquel patito feo bogoteño quería triunfar, y en vez de maldecir o ir tirando de su empleo como hacían sus compañeros, decidió potenciarlo hasta transformarse en un cisne para sus clientes. Era muy consciente de una cosa: el que en aquel momento era su escenario, si no hacía nada, probablemente lo sería el resto de su vida. Por eso descargaba en cada uno de sus actos y gestos toda su energía y talento.
¡¡Felicidades princesa!!

domingo, 28 de noviembre de 2010

UN MES PARA NAVIDAD

Ayer reparé en que sólo falta un mes para el día de Navidad.
No he podido evitar emocionarme. Amo la Navidad.
Antes de que el genuino brillo de esta festividad fuese atenuado -casi asfixiado- por mantos de materialismo y jergones de ansia consumista, estos eran días en que se conmemoraba el acto de amor más sublime: un cielo hermético se abría y una brillante saeta atravesaba gruesos estratos de densa oscuridad.
Frente a un mar de manos reclamando, una mano abierta, ofreciendo.
Entre millones de seres interesados, uno por fin, interesante.
La más hermosa historia de amor genuino, sincero, desinteresado...
El más cruento relato de un amor rechazado pero paciente, perseverante... Dispuesto a ofrecer otra oportunidad.
            El capítulo treinta y dos de Isaías es un dedo índice que señala inequívocamente al Mesías que habría de venir. El versículo dos contiene un mensaje profético que se repite luego en los capítulos cuatro y veinticinco, versículos seis y cuatro respectivamente del mismo libro.
            Es evidente que Jesucristo ha sido tomado por muchos como un escondedero provisional donde resguardarse de una tormenta o un fuerte viento racheado. En cuanto amaina el temporal y la situación difícil remite, el escondedero se abandona y apenas se recuerda, al menos hasta la próxima tormenta.
Un lamentable error, tristemente muy extendido.
            Pero, afortunadamente, otros muchos tienen en Jesucristo mucho más que un escondedero. Para ellos es el perfecto refugio, la auténtica provisión de Dios, el lugar donde el llanto se torna en risa y la muerte en vida. 
Esta categoría de personas… hombres y mujeres de este calibre, son lo que han descubierto el verdadero significado de la Navidad:
Navidad es el cielo besando la tierra.
            Es una respuesta para el atribulado.
            Plenitud para el ser humano vacío.
            Luz, para el hogar sumido en oscuridad.
            Salud para el enfermo.
            Alas para el que ama la altura.
            Vida para el que quiere vivir.
            Esperanza para el que tiene que morir.
Navidad es el cielo abriéndose sobre la tierra y entregando su mayor riqueza: JESUS… (Mi Mayor Legado)

viernes, 26 de noviembre de 2010

CONVERSACIONES CON MI DIARIO (5)

Querido diario:
 Hoy el jardín amaneció transformado. Durante la noche, toda la escarcha del cielo se ha derramado dejando desconcertados a los rosales y pálidos a los madroños.
La imagen es heladora, y sin embargo, observándola  tras el cristal, me resulta inspiradora.
El invierno tiene encantos... y hasta tesoros contiene. Basta con atreverse a rascar la pátina de hielo que lo cubre todo, para descubrir la inmensa primavera que se fragua en sus entrañas.
Hay dos formas de considerar a este tiempo: desapacible estación o puerta a la primavera.
Por mi parte me quedo con el dicho del poeta libanés que hace pocos días dediqué a mi iglesia: en el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente.
¡Fijate! Ha salido un sol bravío y ardoroso.
Se vertió sobre el rosal y sus hojas reciben la caricia llorando gotas de agua.
Todo esto me inspira y acerca a mi mente aquel poema…, aunque no sé si es poema u oración... Tal vez sea sólo una sencilla reflexión:
Un día le pedí a Dios instrucciones
para vivir.
Acercando su voz a mi oído, me susurró con dulzura:
Sé como el sol. Levántate temprano y no te acuestes tarde.
Sé como la luna. Brilla en la oscuridad, pero sométete a la luz mayor.
Sé como los pájaros. Come, canta, bebe y vuela.
Sé como las flores. Enamoradas del sol, pero fieles a sus raíces
Sé como el buen perro, obediente, pero únicamente a su Señor.
Sé como la fruta. Bella por fuera y saludable por dentro.
Sé como el día, que llega y se retira sin alardes.
Sé como el oasis. Da tu agua al  sediento.
Sé como la luciérnaga. Aunque pequeña emite su propia luz.
Sé como el agua. Buena, transparente y sin pretensiones de sabor
Sé como el río. Siempre hacia  adelante.
Y sobre todas las cosas…
 Sé como el cielo: La morada de Dios.
Al despertar descubrí que tenía el antídoto
A la ansiedad y había hallado, ademáss 
la verdadera senda a la Paz

Disfrutemos del invierno, querido diario; y cuando se antoje largo y frio, escarbemos la superficie con las uñas de la fe, y deleitemos la vista en la próxima primavera.

José Luis Navajo

jueves, 25 de noviembre de 2010

CONVERSACIONES CON MI DIARIO (4 ¡UN NUEVO HIJO EN LA FAMILIA!)

Querido diario:
Hoy tengo una razón más para sonreír.
Tuvo razón quien dijo, cuando la vida te presente mil razones para llorar, demuéstrale que hay mil y una para reír.
El motivo de mi alegría  es que acabo de tener entre mis manos a mi último hijo de papel y tinta. Su nombre es MI MAYOR LEGADO y se trata de una nueva edición revisada y ampliada de un clásico publicado hace tiempo.
¿Recuerdas cuando pudimos verle por primera vez?
Doce años han quedado atrás… once libros quedaron en el camino…
Pero este libro, aparte de ser el primero que escribí, tiene otra peculiaridad: y es que, mientras tomaba forma, fui trasladado a un quirófano con el fin de someterme a una intervención quirúrgica. De hecho, la mitad de los escritos que conforman ese volumen surgieron durante una prolongada y aguda crisis de hernia discal. Muchas de las reflexiones nacieron en la acogedora luz del halógeno del salón, mientras intentaba localizar la posición más favorable para el nervio ciático. Otras vieron la luz en la tenue penumbra del fluorescente del hospital,
Y allí, cuando los cirujanos me removían en lo más íntimo, tuve una experiencia de esas que te transforman. No pude dejar de incluirla en el manuscrito y hoy, querido diario, quiero compartirla contigo:
Una vez concluida la operación, el suero se introducía lentamente en mis venas mientras, gota a gota, mi alma destilaba pensamientos que querían florecer, pues algo peculiar había ocurrido en el quirófano:
         En los momentos preliminares a la intervención escogí recitar el Salmo 23. No logré superar el versículo primero, la anestesia obró de forma fulminante cuando apenas finalizaba la frase “en lugares de delicados pastos me hará descansar”. A partir de ese momento comenzó el milagro. Tan sólo la áspera cáscara del cuerpo se encontraba en aquella sala de operaciones. Yo estuve en   delicados pastos, en praderas difíciles de describir por su insondable pureza y la mezcla de colorido. Una dulce brisa me envolvía y puedo asegurar que yo no caminaba sino que era transportado con inefable dulzura.
         Cuando percibí ligeros toques en mis mejillas y una voz que me animaba a despertar, mis ojos estaban desbordados por lágrimas. Las enfermeras me interrogaban sobre el motivo de aquel llanto.
         ¿Cómo explicarles que yo había regresado de un lugar y condición de paz perfecta donde la ausencia de aflicción era absoluta? ¿Cómo decirles que mi alma anhelaba el retorno a aquellos dulces parajes?  No era fácil narrar que sobre aquella mesa de trabajo Dios me había mostrado que un cuerpo impedido no es obstáculo para retozar por bellos campos con alfombras de terciopelo. Que la enfermedad puede hacer de nosotros su blanco pero no su presa, porque ante piernas imposibilitadas Él nos proporciona alas. Él sustituye la vasta sábana verde de un quirófano por campiñas del mismo color, pero de delicada textura.
         Con el Espíritu Santo el dolor no es una lóbrega prisión, sino un corredor que nos conduce al deleite, la noche no es densa oscuridad sino la gestación de un nuevo día, así como la batalla es la fragua para una gloriosa victoria. (MI MAYOR LEGADO)
Bueno, querido diario, la vida nos brindó hoy otra razón para sonreír… seguro que mañana tendremos muchas más.

José Luis Navajo

martes, 23 de noviembre de 2010

CONVERSACIONES CON MI DIARIO (3)

Querido diario.

Esta mañana subí a mi automóvil dispuesto a comenzar la jornada. Nada más introducir la llave de contacto el salpicadero del coche me saludo con un "chivato luminoso", cruel anuncio de una avería.
 "Comenzamos bien", fue mi primer pensamiento.

Hacía frío... mucho frío. La temperatura exterior rozaba los dos grados por lo que activé rápidamente el climatizador, pero éste se negó a trabajar.
"Es increíble", repliqué, "¿cómo puede un coche hacerse viejo antes de acabar de pagarlo... y pronto le tocará revisión, prepara otro montón de dinero".

Sumido en mi alegre reflexión me detuve ante un semáforo en rojo... fue entonces cuando le ví:

Pegó su carita, pequeña y redonda, al cristal de mi ventana y dio dos leves toques con el dedo índice de su mano derecha.
Mi primer impulso fue mantener subido el cristal... pero el niño mantuvo su carita lo bastante cerca como para que pudiera apreciar la suciedad que la cubría. 
Bajo su nariz y pegada al labio superior se acumulaba una amalgama de secreciones fruto del frío, el constipado y la polución. Su mano, que extendía hacia mí, también estaba sucia... y temblaba.

Sin poder evitarlo sufrí un ataque de compasión.
Bajé la ventanilla y entonces me sonrió.
No recuerdo haber visto, jamás, una sonrisa tan limpia sobre un rostro tan sucio.
En escasas ocasiones -tal vez en ninguna- he apreciado tanto brillo alzándose sobre la miseria...
De sus mano, mi mirada se escurrió a sus pies. Estaban descalzos sobre el helado asfalto.
Su camisa rota y su pantaloncito corto, también raído, competían en suciedad con la piel de aquel niño.

Volví a mirarle... la sonrisa, que parecía cincelada sobre su mugriento rostro, volvió a deslumbrarme... me afirmé en la idea de que una sonrisa embellece a cualquiera; es el mejor adorno que se pueda lucír.

Miré el "chivato" en mi salpicadero, respiré el aire frío que escupía "mi calefactor" y miré de nuevo sus pies descalzos y su rostro sucio y su mano que temblaba, seguro que de frío, y sobre esa mano trémula deposité algo..., no recuerdo el qué, pero de seguro insuficiente para pagar la riqueza que aquel ángel mugriento había depositado en mi alma.

El semáforo estaba en verde hacía mucho, pero no importaba... ni la luz en el salpicadero, ni el averiado calefactor...

Ya no tenía frío, al contrario, creo que sudaba. El sol me había mirado desde los ojos de un niño.

Durante la siguiente hora conduje muy despacio mientras asimilaba las enormes lecciones que me había impartido  aquel pequeño maestro.

Me quejaba por no tener zapatos hasta que vi a alguien que no tenía pies.

Hasta mañana, querido diario.

José Luis Navajo

lunes, 22 de noviembre de 2010

CONVERSACIONES CON MI DIARIO (2)

Querido diario:

Hoy, no sé por qué, me levante con la imagen de mi profe de lengua -sí, la que de pequeño me enseñó a escribír, y también a leer y en gran parte a hablar- en la cabeza.
Era, sobre todo, una de sus frases la que se repetía en mi memoria una y otra vez: "Herrando y errando se aprende el oficio."
Con esa cancioncilla pretendía enseñarnos que unas palabras llevan "h" y otras que suenan igual pueden no llevarla. Pero la mágica frase se archivó en mi memoria y pasados treinta años todavía me recuerda que de los errores se aprende. Como luego alguien afirmó: Para aprender... perder.

Es absolutamente cierto que los triunfos acunan pero los errores enseñan.
Pese a ello temo que son demasiados los que se quedan hundidos en el foso de un error y tiran la toallla, perdiéndose de esa manera las enormes lecciones que los fracasos contienen.

Y así he pasado el día, recordando a aquella mujer, buena como la que más, pero parlanchina en grado sumo.

Sí, porque hablaba y hablaba... pero además transmitía y transmitía... hoy la recuerdo como a una de las pocas personas que no  sólo me informó, sino que además me formó.

Fue una buena maestra.

Pero hablando de buenos maestros...

¿SABES QUE TU ÚLTIMO ERROR ES TU MEJOR MAESTRO?

Por hoy es suficiente querido diario, el sueño me puede... buenas noches; mañana nos vemos... si Dios quiere.

José Luis Navajo

domingo, 21 de noviembre de 2010

CONVERSACIONES CON MI DIARIO

Querido diario:

Como pienso...  todos los días entre dos y dos y media como pienso, aunque a veces también como otras cosas...

Bueno, seamos serios; volveré a redactarlo:

Querido diario:

Como me gusta pensar en voz alta, se me ha ocurrido que sería buena idea dejar cada día sobre tu superficie una  frase que pueda motivarnos, animarmos o simplemente movernos a la reflexión.
No estoy muy seguro, querido diario, de que alguien más allá de mi esposa, llegue a leerlas. Ni siquiera estoy convencido de que ella las lea... no obstante lo intentaré.

La estrategia que me propongo es la siguiente:
  • Por un lado, rescatar frases y pensamientos que, aún siendo clásicos, siguen teniendo vigencia y pueden ayudarnos. En este caso, por supuesto, citaré la fuente. Pongamos por ejemplo la cita del sabio Einstein cuando le dijo a su esposa: "Cariño, cada día estoy más convencido de la inconmesurable estupidez del ser humano. Sólo tú y yo nos libramos, y con respecto a tí no estoy del todo seguro"
Como puedes apreciar he citado la fuente. En el supuesto de no conocerla aclararé "fuente desconocida" o "anónimo".

  • Por otro lado, usaré citas y reflexiones de mi autoría. En este caso no pondré firma. Sirva de muestra el ejemplo siguiente: "Quien diga que la noche carece de luz debe estar ciego, o tener sus ojos cerrados, o tal vez no conozca la noche. He visto cielos nocturnos tan hermosos que quedé extasiado de su belleza, y tan luminosos que mis pupilas respondieron con lágrimas ante tal inundación de luz".
Bueno, querido diario, mañana regresaré para reanudar la aventura.

José Luis Navajo

viernes, 19 de noviembre de 2010

A MI IGLESIA

A MI IGLESIA

Querida iglesia:
Hace muchos días que no os veo, pero ni un solo segundo que no os siento.
Se equivocó quien dijo que la distancia hace el olvido. Eso no es cierto, o no lo es al menos cuando uno forma parte de un cuerpo.
Gracias por cada muestra de amor.
A quienes habéis hablado conmigo y a quienes elegisteis hablar con Dios acerca de mí… gracias.
A quienes os acercasteis para brindarme vuestro calor, y a quienes habéis preferido mandarlo desde la distancia por temor a agobiarme… gracias.
Por cada saludo y por cada mensaje… gracias.
Nunca pensé que una palabra pudiera tener tanto brillo y una frase tanto peso. Vosotros me lo habéis enseñado y os lo agradezco de corazón.
A los que cubrís mi ausencia con una dosis extra de esfuerzo y a los que lleváis toda la vida esforzándoos de forma extraordinaria… gracias.
Un mensaje a los que ministráis: ¡¡Cuidaros!!
Un ruego a los que sois ministrados: ¡¡Cuidadles!!
Servir a Dios es el más alto privilegio, pero es también una enorme responsabilidad.
Ser llamado por Dios es un peso muy dulce… pero que en ocasiones pesa
Su Yugo Es Fácil, Pero El Siervo Es Frágil.
Respecto a Gene y a mí, seguimos confiando y creyendo al poeta libanés, quien dijo que en el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente.
Y creyendo, sobre todo a Dios, quien dijo: Cuando pases por las aguas yo estaré contigo, y los ríos no te anegarán, cuando pases por el fuego no te quemarás, ni la llama arderá en ti.
Dicen que la noche alcanza su máxima de oscuridad cinco minutos antes de amanecer; sospecho que se acerca el alba.
Albergo la íntima sensación de que estamos tomando las curvas finales de este túnel y pronto coronaremos la cima.
No quiero perder la ocasión de, desde el valle, lanzar un mensaje de ánimo a quienes pudieran estar transitándolo.
Recuerda que los cielos más hermosos siempre corresponden a los lugares más oscuros, y que los momentos más difíciles son puertas a las mejores oportunidades.
Lo que con frecuencia consideramos terribles tempestades suelen ser rachas de viento que reconducen nuestra barca a puertos deliciosos a los que jamás podríamos llegar si tuviéramos una plácida travesía.
Os mandamos un abrazo, querida iglesia, nos veremos en el barco, anhelamos volver a remar junto a vosotros hasta que juntos arribemos a nuestra orilla.
Dios nunca garantizó un viaje exento de problemas, pero aseguró la llegada al más sublime puerto.
Os amo mucho. Que Dios os bendiga.
Ángeles de Mazapán
Querida hermana:
Tal y como te dije, me he propuesto relatarte los acontecimientos de aquella noche, de la que tú eres protagonista.
Fue una noche dura… muy dura. Todo ocurrió más o menos así:
A veces la vida puede resultar implacable, aún en una noche como aquella, perfecta en su quietud. Miles de estrellas convertían el cielo en una cúpula de luz, pero no eran suficientes para rasgar la densa oscuridad que oprimía mi corazón.
Parece inconcebible que en medio de tal reposo el alma pudiera estar tan turbada, pero ocurre en ocasiones que, de un instante a otro, se abre el foso negro de la vida y te ves arrojado de golpe a un espanto del que piensas que no surgirás.
La noche estaba discurriendo con normalidad hasta que me comunicaron la noticia. Tardé un rato en reaccionar. Aturdido me vestí y me dirigí a mi automóvil. Mis manos apretaban el volante con febril indignación mientras conducía hacia el hospital.
Te encontré en el momento en que te sacaban de la sala de recuperación; tu cabello, alborotado, decoraba la almohada y tu rostro lucía marcado por huellas de largo e intenso cansancio. La lucha en la sala de partos había sido dura y muy prolongada, aunque los dolores se suavizaban bajo la perspectiva del feliz e inminente encuentro con la criaturita que se posaría sobre tu pecho y enjugaría las perlas de sudor que lo empapaban.
Sin embargo, el fruto de aquella batalla tuvo un sabor extraño: Los rasgos particulares de aquel bebé denotaban una circunstancia muy peculiar. Su manita, que se extendió y se abrió en la primera caricia, exhibía una sola y muy marcada línea transversal; un indicio más, un síntoma demasiado elocuente para quien ya tiene un niño con síndrome de Down.

Dos hijos con síndrome de Down para una madre que hace dos meses había cumplido veintiséis años.
Esos ojos desapasionados que me miraban desde la cama, y que intentaban sonreírme, no parecían los mismos entusiastas de ayer, que brillaban a medida que me relatabas los múltiples preparativos para la anhelada recepción de la nueva criaturita. Tampoco tu voz, que arrastraba ahora las palabras y dibujaba las expresiones casi recostadas a causa de la fatiga, parecía la misma que hace pocos días describía los proyectos para el nuevo niño que "nos ayudará mucho – decías – a cuidar de Christian"
"¿Cómo te encuentras tú?" Me preguntaste, refiriéndote a mi fugaz dolor de hernia discal, como intentando olvidar un percance fijando los ojos en otro.
Pero no valía la pena fingir, y por fin dejaste de hacerlo: "No lo comprendo – confesaste -, me dijeron que teníamos las mismas opciones de cualquier matrimonio sano para tener un niño normal. Tan sólo había una opción entre setecientas de que el bebé viniera con síndrome, las mismas que cualquier otro… pero yo ya tengo uno…"
Me mirabas; tal vez esperando una respuesta; yo te miraba también… pero no hablaba… tan sólo pensaba: "Dios mío, parece que fue ayer cuando una preciosa mujercita arribó al hogar que ya alborotaban cuatro varones; y ya siempre fue la niña, la preferida, la que me conducía cada día, de forma inevitable, a comprar golosinas"
Observé nuevamente tus ojos teñidos de cansancio: "Ya no eras una niña… y no eran golosinas lo que ahora compartíamos"
¿Por qué la garganta se estrecha tanto en situaciones de presión? Precisamente cuando más oxígeno necesitas, la tráquea se contrae y casi duele. Apenas deja pasar el aire, ¿cuánto menos salir las palabras?
Aprovechando la llegada de un médico me aparté un poco para retirar la inoportuna lágrima que desde hacía rato luchaba por florecer.
Luego te condujeron a la habitación. La noche ya estaba muy avanzada, pero sospeché que aun se prolongaría por mucho tiempo… Sí, la noche se prolongaría hasta mucho después de que el alba inaugurara un nuevo día.
De regreso a casa mis manos oprimían el volante aún con más fuerza, casi con la misma presión que experimentaba dentro de mí.
Esa noche todas las preguntas se introdujeron conmigo en la cama y finalmente lograron expulsarme de ella. Probé a arrodillarme, pero resulta difícil conversar con aquel a quien consideras culpable de tu suprema desdicha.
Así transcurrió el resto de la noche y el principio del nuevo día, hasta que, de nuevo en el hospital, él apareció.
Su pequeña y elevada cunita se me antojó un trono sobre el que acercaban al más bello príncipe. Ante su frágil silueta se deshicieron todos mis reproches.
El lienzo sobre el que creaba mi siniestra obra se desintegró. ¿Puede alguien apreciar una tacha en lo que es inequívocamente perfecto? Frente a mí tenía cincuenta y un centímetros de perfección. Sus manitas se extendían, abriendo y cerrando los dedos, como queriendo asirse de la vida. Sus ojitos rasgados, aún de tinte indefinido, obsequiaban una mira limpia y confortadora… totalmente confiada y absolutamente confiable.
Ayer guardé silencio porque la tristeza oprimía mi garganta; hoy la admiración me enmudeció. Reprochaba a Dios, ayer, por haber redactado un renglón torcido. Hoy, lo perfecto de la sentencia divina, me persuadía.
También tus ojos, querida hermana, revivían el entusiasmo, y tus palabras resbalaban con alegría de tu boca que había recuperado la sonrisa. Aun no comprendíamos del todo el movimiento de Dios en esta partida de ajedrez, pero sin duda alguna que correspondía a una estrategia particular con un objetivo muy especial; al fin y al cabo Dios jugaba con nuestro mismo color.
De regreso a casa mis ojos fluían, pero no ya de amargura. Aquella noche tuve que arrodillarme mientras mi corazón se vertía y mi mano se deslizaba sobre el papel componiendo una confesión que tal vez algún día puedas leer a esos ángeles de mazapán:
"Perdóname, Iván, por haber permitido que la noticia de tu llegada me provocara un extraño escalofrío:
Perdóname por los instantes de duda que, tras el anuncio, compartí con el sillón antes de incorporarme y caminar sin rumbo fijo.
Perdóname por mirar al cielo, estremecido, y fruncir mi ceño a Dios.
Perdóname por las preguntas que me hice sobre el motivo de tu llegada y por decir que preferíamos un niño normal ¡¡Como si tú no lo fueras!!
Perdóname por confinarte a un rincón de mi corazón e intentar ocultarte bajo otras realidades que se me antojaban más bellas.
Gracias Iván, porque tu respuesta a todas mis preguntas, tu iniciativa ante todos mis reproches fue tan sólo una sonrisa desde tu pequeña cunita, y una inimitable caricia de tus largos y frágiles deditos.
Gracias por alisar mi fruncido ceño con el terciopelo de tus ojos.
Gracias por restaurar mi alma en el momento en que tu ávida boquita mojó mis dedos cuando intenté acariciarte; esa humedad encharcó mi corazón, tan endurecido, y brotó por mis ojos, heridos de tanta luz que tú desprendías.
Gracias Iván, por acercarme el cielo en tu mirada y proclamar con tu silencio que Dios nunca se equivoca.
Gracia, Iván, por haber venido. Tuviste en Christian a un precioso precursor que ya nos ha demostrado vuestra entrega incondicional, vuestra absoluta dependencia y vuestro inigualable cariño.
El mundo necesita desesperadamente de personas como vosotros… infancias eternas que regalan sonrisas sin convertirlas en moneda de cambio… inocencias puras que no se mercantilizan.
Gracias por haber venido y por traer contigo el frescor vital del cielo."
Bueno, hermana, ya lo ves, ayer celebrábamos el cuarto cumpleaños de Iván. ¡¡Como disfrutó también Christian!! Al verles reír y arrancar nuestras risas, de nuevo me preguntaba: ¿Qué mérito habrá visto Dios en nosotros para habernos elegido como los responsables de custodiar tan preciado tesoro?
La mirada que intercambiaron los médicos que asistían el parto disipó las escasas dudas. Iván era igual que Christian, el primogénito que acababa de cumplir tres años y medio.

Carta a una mujer de fe

Quiero saldar una deuda con alguien muy especial.
Me refiero a una mujer de fe que optó por bendecir cuando casi nada invitaba a hacerlo. Miró a la oscuridad que se cernía sobre su cabeza y a las sombras que la envolvían, pero optó por creer en vez de dudar y por adorar en lugar de maldecir. 


Supo que había un sol aunque no le viera y un Dios aunque callara.Alguien dijo:
Quien pierde dinero, pierde mucho.
Quien pierde un amigo, pierde más.
Quien pierde la fe lo pierde todo.
Pero quien habiéndolo perdido todo mantiene aún la fe… esa persona conserva un tesoro.
Y yo tengo en ella un tesoro, porque esa mujer es… mi madre.
CARTA A UNA MUJER DE FE

Querida mamá:

Esta mañana dejé a la familia durmiendo y he salido temprano a pasear por la playa.
Pero aunque he salido yo sólo a caminar, no estoy recorriendo el camino a solas, lo hago contigo. Desde que desperté esta mañana ocupaste mi pensamiento y ahora estás presente en cada instante del paseo.

Es una mañana de recuerdos y mientras hago memoria, sin ser consciente, he sonreído varias veces y también sin darme cuenta he llorado. Y es que me siento feliz al pensar en ti y estoy, además, agradecido.

He mirado al mar y tu imagen, mamá, parece mecerse en el agua y sonreírme. El rumor de las olas me acerca en un susurro la frase que cada día me repites: “Te quiero mucho”

¡¡Que ejemplo tan precioso nos has dado!!

Tuviste cinco hijos a los que criaste con amor, valor y determinación.

Terminar de criar hijos y comenzar a cuidar de la abuela fue todo uno. La “yaya” estuvo en cama durante muchos años y tú, con paciencia, la lavabas, luchabas con su inapetencia para lograr que comiera, la girabas en la cama con frecuencia para que no surgieran las heridas… y todo lo hacías con infinito cariño. El corazón de la “yaya” se fue debilitando al mismo ritmo que lo hacían tus fuerzas.

Fue terrible el día en que despedimos a “la yaya”, junto a ella se fue un pedazo de nosotros, pero en medio del dolor encontramos un consuelo: “Ella está con el Señor –Nos dijimos- y ahora mamá podrá descansar”

Apenas te dio tiempo a recostarte. Los síntomas en papá eran evidentes; demasiados indicios de que algo destruía su cerebro y pronto comenzaría a destrozar nuestro corazón. El alzheimer adquirió un ritmo galopante y enseguida le convirtió en un niño... un niño delicioso y tierno, pero necesitado de cuidados y atenciones. Sí, mamá, aquella enfermedad maldita nos proporcionó a nosotros un nuevo hermano y a ti un nuevo hijo. Disfrutamos de él como nunca lo habíamos hecho, le abrazábamos y besábamos con una libertad que su salud nunca nos proporcionó. Pero las atenciones que necesitaba y el permanente cuidado que requería se lo proporcionaste tú. La artrosis que deformaba tus manos y atenazaba tus piernas tuvo que esperarse, porque papá te necesitaba y tu prioridad siempre ha sido amar.

Has logrado el altísimo objetivo de que tus hijos se sientan amados y eso nos aportó seguridad para mirar al futuro. Sí, has amado a los cuatro chicos y también a la niña…porque nuestra hermana siempre fue la niña.
¿Recuerdas cuando al cumplir veintitrés años ella llegó con la feliz noticia de que estaba embarazada? ¡¡Como saltaste de alegría!! No sería para ti un nieto más. Sería el nietecito que te iba a dar tu niña.

El cielo limpio del alumbramiento se vio cernido de sombra al descubrir que una muchacha sana, de veintitrés años, podía alumbrar a un niño con Síndrome de Down. El mazazo fue terrible, claro que entonces no sospechábamos que un niño con esa alteración en sus cromosomas era realmente un ángel.

Pero nuestra hermana no se dejó bloquear por el temor y decidió dar un hermanito al pequeño Christian. Un hermanito que le ayudaría en su peculiar circunstancia. Por supuesto que antes de intentarlo se informó de las posibilidades de que el nuevo bebé llegara con las mismas dificultades que el primero. “Es absolutamente improbable que tengas otro niño con Síndrome –La dijeron-. Las posibilidades son mínimas.”

Pero esas mínimas posibilidades se dieron… y el segundo bebé nació también con Síndrome de Down. Cuando estuvimos seguros de que ese episodio no era un mal sueño, algunos perdimos la calma, otros el apetito e incluso alguno la fe. Pero tú, mamá, te mantuviste inconmovible. Declarabas tu fe y ésta era un faro de luz, mientras alternabas tus cuidados a papá y a tus nietecitos.

El Alzheimer siguió su avance inexorable y pronto, mucho antes de lo que esperábamos … papá partió con el Señor. Se fue sin poder hablar, sin ninguna fortaleza física y sin sentido de la orientación, pero con una dosis extra de amor. Aquella habitación del hospital desde donde papá partió a la eternidad estaba llena por todos nosotros. Sí, mamá, yo sonrío y lloro al recordarlo: se fue entre besos y abrazos y caricias… dejó de respirar aquí para comenzar a hacerlo allá, donde el aire es más limpio… donde los cerebros no pueden ser destruidos… donde podrá estrechar manos sin que eso sea un síntoma de deterioro neuronal.

Nuestro corazón encajó a duras penas el golpe de su partida. Otra parte de nosotros se marchó con él… pero arañamos algo de consuelo en medio del desconsuelo: “Papá está ahora bien… y al menos mamá podrá descansar”

El diagnóstico llegó demasiado pronto y con una crudeza brutal. Tu descanso fue breve… la nieve del crudo invierno se vertió muy temprano en la primavera de tu reposo, porque el bulto que albergabas en el pecho había crecido y dolía. Un tumor maligno estaba alojado en tu seno izquierdo, muy cerca del corazón, como si el maligno, envidioso de un corazón tan rebosante de amor, quisiera destrozarlo.

Fue necesario extirpar el seno y te viste sumida en el terrible proceso de la quimioterapia. Pero mamá, una vez más nos sorprendiste. Perdiste uno de tus pechos y casi todo el cabello. Te quedaste sin fuerza y sin apetito… pero conservaste intacta la fe. “Él entra conmigo al quirófano –Nos decías-, lo hace de mi mano…” Y tú apretabas la nuestra mientras la luz de tu sonrisa nos cegaba y luego repetías: “Le siento más cerca que nunca.”

Tu fe nos contagiaba y aprendimos que cuando las raíces están bien plantadas, la tempestad no tumba el árbol. Nos demostraste que quien lo pierde casi todo, pero mantiene su fe, conserva un tesoro.

Pero no fue la fe lo único que retuviste… tu amor fue también imperturbable. A medida que tus fuerzas menguaban, tu amor crecía. Tu sonrisa, que se escurría débilmente de los labios pálidos, estaba impregnada de amor. Tus besos resultaron ser inyecciones de cariño y la manera en que nos abrazabas y sostenías un rato nuestro rostro pegado al tuyo era un bálsamo sanador. Sí, mamá, nos sanabas con tu amor mientras combatías tu enfermedad.

¡Como me emocioné al verte rodeada de tus nietecitos Síndrome de Down y constatar que ahora os cuidáis mutuamente!

¿Verdad que es hermosa esta mañana frente al mar?

Me emociono al mirar la creación… la más sublime creación de Dios cuyo rostro se mece sobre las aguas y me sonríe. “Yo también te quiero mucho… mujer de fe, mujer de amor… mamá.”